Apunte para 2016: qué enseñan los «padres» de la economía

La Nación, Domingo 21 de junio de 2015 | Publicado en edición impresa. En:
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Apunte para 2016: qué enseñan los «padres» de la economía

Por Juan Carlos de Pablo | LA NACIONSEGUIR 

Hoy honramos a los padres en sentido estricto, pero la ocasión también sirve para reflexionar sobre la relevancia actual de lo que en el pasado dijeron algunos padres en sentido figurado.
Las líneas que siguen se focalizan en el caso de los padres fundadores del análisis económico, específicamente en las ideas planteadas por los tres británicos Adam Smith, David Ricardo y Thomas Robert Malthus.Tal como era de esperar, entre ellos hubo importantes coincidencias y diferencias. Los tres razonaron en términos sistémicos, se comprometieron con la acción concreta y no fueron conservadores ni revolucionarios, sino reformistas, pero focalizaron su atención en diferentes aspectos de la realidad.

Ninguno de los tres estaba preocupado por el producto bruto interno (PBI) del próximo trimestre, sino que razonaban a partir del siguiente interrogante: ¿a dónde iremos a parar si no hacemos nada? «Continuaremos con una economía trabada por regulaciones internas y externas», dijo Smith. «Los rendimientos marginales de la agricultura devorarán la tasa de beneficio de la industria, deteniendo el crecimiento por completo», afirmó Ricardo. «La pelea por los alimentos, derivada de la explosión demográfica, generará nuevas guerras o hambrunas», completó Malthus.

Smith, Ricardo y Malthus no se circunscribieron a describir. No gustándoles lo que pronosticaban en ausencia de medidas, realizaron propuestas. Nada de «Sodoma y Gomorra», pero tampoco nada de statu quo. Por eso digo que no eran revolucionarios, pero tampoco conservadores, sino reformistas.

 
Foto: Alfredo Sabat
 

Smith propuso desregular la economía para que operara la mano invisible (una genial intuición); Ricardo recomendó neutralizar los rendimientos decrecientes vía el cambio tecnológico y el comercio internacional de bienes, sobre la base del principio de la ventaja comparativa; en tanto que Malthus propuso morigerar la explosión demográfica, controlando la natalidad vía el aumento de la edad de los casamientos. En la Inglaterra de aquella época, mediados de siglo XVIII y principios del XIX, la expectativa de vida era alrededor de 30 años, y los jóvenes no «debutaban» hasta casarse. La conclusión es simple: nunca mire la historia con ojos del presente.

¿Leer los originales? Ciertamente. En los primeros capítulos de La riqueza de las naciones, ejemplificando con la fabricación de alfileres, Smith explica de manera insuperable las ventajas y los riesgos de la división del trabajo; así como en el capítulo siete de los Principios de economía y tributación, con un ejemplo numérico, Ricardo muestra de manera nítida cómo el comercio internacional les conviene simultáneamente a Portugal y a Inglaterra.

El Ensayo sobre la población que escribió Malthus solamente pudo ser escrito por un sacerdote que tenía información de primera mano sobre los números de nacimientos, casamientos y fallecimientos, y por consiguiente fue el único que no se sorprendió cuando en 1801 el censo de población mostró que los ingleses eran muchos más de lo que entonces se pensaba.

Afortunadamente para la humanidad, ninguno de los temores sistémicos se verificó en la práctica.

A raíz del cambio tecnológico agropecuario en el caso de Ricardo, y de la mejora en los ingresos y los anticonceptivos en el de Malthus, seguimos viviendo muy lejos del estado estacionario.

Además, a pesar de los pronósticos realizados por el alemán Karl Heinrich Marx y por el austro-estadounidense Joseph Allois Schumpeter, el que colapsó fue el comunismo, no el capitalismo, y contrariamente a lo que a comienzos de la década de 1970 sostuvo el Club de Roma, no se han agotado los recursos no renovables.

A los padres, y a los padres de los padres, no siempre se los escucha, porque la juventud se encandila por la técnica más que por la sabiduría. Desde hace más de medio siglo el análisis económico se profesionalizó, se «americanizó» y cada día está más especializado. Vamos por partes.

LA AMERICANIZACIÓN

Smith era profesor y tutor; Ricardo comisionista de Bolsa, parlamentario y productor agropecuario, y Malthus, sacerdote. Pero desde hace casi un siglo la de economista se volvió una profesión, que se desarrolla en las aulas, pero también en las oficinas públicas nacionales, en los organismos internacionales, en las empresas, los sindicatos, los medios masivos de comunicación, etcétera.

Claro que haber estudiado economía no es condición necesaria ni suficiente para opinar con fundamento sobre la realidad económica, pero cada vez les resulta más difícil hacerlo a quienes no recibieron entrenamiento.

La ciencia económica americana le debe mucho a Adolf Hitler y a Joseph Stalin, solía decir Paul Anthony Samuelson. Esto, junto al cambio de ubicación del poder económico mundial, explica por qué desde mediados del siglo XX el análisis económico se americanizó. Para muestra, 44 de las 75 personas que recibieron el premio Nobel en Economía nacieron en Estados Unidos, a lo cual hay que agregar a quienes, habiendo nacido en otros países, desarrollaron su actividad allí.

La americanización del análisis económico, no está de más aclararlo, no es un concepto geográfico. Recorriendo muchos «campus» aniversarios, ubicados en muchos países del mundo, parecería que al estar allí en realidad se está en algún lugar de los Estados Unidos.

Inevitablemente, este proceso volvió mecanicista el análisis económico, particularmente el aplicado. No se puede transportar de manera automática la forma de analizar y pronosticar una economía que opera en base a tendencias robustas y corrige rápidamente los desequilibrios, a otra como la nuestra, donde todos los días nos levantamos a verificar si siguen vigentes la ley de la gravedad, la de la oferta y la demanda y como si fuera poco, la relación entre el centro y la periferia.

Por último está la cuestión de la creciente especialización. Entendible, porque así como hace un siglo el estadounidense Frank Hyneman Knight pudo escribir una tesis doctoral, en la que diferenció entre riesgo e incertidumbre, o Don Patinkin (Illinois, Estados Unidos) otra modelando el efecto de saldos reales, hoy hay que buscar un punto superespecializado para conseguir financiamiento y un tutor interesado en dirigir la tesis.

Todo esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre las primeras, la preparación del economista se volvió menos doctrinaria y más captadora del núcleo de la disciplina (quienes en las primeras etapas del siglo XX citaban a Marie Esprit Leon Walras, difícilmente supieran qué significaba estrictamente equilibrio general competitivo); entre las segundas, la formación del economista subestima la importancia de la historia, las instituciones, la observación directa de la realidad como complemento de las estadísticas, etcétera.

A RECUPERAR EL ESPÍTITU

La idea no es volver a trabajar como lo hacían los padres fundadores (manuscribían, nadie sabía qué estaban pensando en otros países, se informaban por los relatos de los viajeros, etcétera), pero sí recuperar el espíritu que orientaba su acción.

¿Qué quiere decir todo esto, aquí y ahora? Más precisamente, ¿qué podría aprender el próximo equipo económico de las ideas de los padres fundadores del análisis económico, perspectiva que en nuestro país aparece muy clara en los trabajos de, por ejemplo, Alejandro Ernesto Bunge, Raúl Prebisch y Guido José Mario Di Tella?

Que no hay que cuestionar la naturaleza humana, o las restricciones físicas, sino que respetándolas hay que buscar la mejor alternativa, dentro de lo posible (el óptimo). O que no hay que adoptar decisiones sobre la base de que el mundo termina hoy, por lo cual tanto el capital físico como el humano tienen que ser permanentemente repuestos, la credibilidad mantenida o recuperada, etcétera. O en su caso, que los principios básicos del análisis económico no sobreviven el paso de los siglos por mero accidente o conspiración, sino porque son congruentes con la naturaleza humana, etcétera.

Pero también imagino a Smith, Ricardo, Malthus, y por qué no a los otros clásicos de la economía, diciéndole al ministro de Economía que comience su gestión el próximo 10 de diciembre que mire los números, camine por la calle, lea historia y que observe lo que hacen en otros países, pero que antes de actuar piense.

Pensar es algo específico, que respeta la siguiente secuencia: primero los hechos, segundo la calificación de problema, tercero la explicación causal del hecho calificado como problema y por último la acción concreta.

Nuestros padres hicieron lo suyo, ahora es nuestro turno o el de nuestros hijos. En la vida, y en la política económica también. Aprendamos a escucharlos y a filtrar lo que dicen, para incorporar lo que tienen de valioso.