Hugo Méndez Collado: una forma de devolver lo que Tucumán dio

Hugo Méndez Collado: una forma de devolver lo que Tucumán dio

Se inició en el 69 con “La Casa del Radioarmador”; ahora inaugura el hotel Garden Plaza y convoca a emprendedores tucumanos exitosos en el mundo.

Publicado en La Gaceta, edición digital, 12 Agosto 2018,  en: https://www.lagaceta.com.ar/nota/780243/economia/hugo-mendez-collado-forma-devolver-lo-tucuman-dio.html

EL PONCHO, EN DOS VERSIONES: el tucumano y el del Bicentenario.

Por Federico van Mameren y Roberto Delgado

(Desde el balcón del bar del hotel Garden Plaza, con vista a la Plaza Independencia). – Cuando ves desde acá para allá, ¿qué ves?

– Todas cosas para hacer… Esto no es un balcón, es un palco a la historia. Allá estaba la banda de música cuando yo era chico. Estamos a metros de la Casa de Gobierno, a metros de la Catedral, a metros de la Casa Histórica… esto es el kilómetro Cero… Hay todo por hacer.

Hugo Méndez Collado muestra orgulloso el hotel Garden Plaza (ex hotel del Sol), que parece un compendio de Tucumán. Las banderas argentina y provincial en la entrada; un espacio con el poncho tucumano y el poncho del Bicentenario; cuadros con la Casa de Gobierno, San Francisco, La Merced, la Catedral y la Casa Histórica; un mapa de la provincia; una montura; canastas con limones por doquier; una sala de reuniones impregnada por el ayer; un salón Belgrano; un patio cervecero con un cantero circular con un precioso árbol de naranjitas japonesas rebosante de kinotos… imágenes de citrus, caña de azúcar y arándanos. Y hasta frascos con mermelada de naranja agria. “Yo quería hacer algo que cuando entrés no pensés que estás en Bariloche, Nueva York o París; no, esto es Tucumán, este es un hotel tucumano y un bar tucumano para tucumanos. Creo que Tucumán merecía tener una cosa así ¿Por qué no? Y ese ‘por qué no’ fue una pregunta que nos llevó a hacer muchas cosas en la vida. Y la respuesta es ‘¡Meta!”

Méndez Collado, cuya familia fue la que desarrolló a fines de los años 60 “La Casa del Radioarmador” en Barrio Sur (el jingle “¡qué me dichirichi!” de este negocio quedó en la memoria colectiva) vuelve a Tucumán después de haber desarrollado ya desde Buenos Aires un grupo comercial dedicado a la electrónica y los electrodomésticos y con la idea de convocar a emprendedores que hayan hecho sus carreras por el mundo a hacer algo en la provincia “como una forma de devolver lo que Tucumán dio”.

– ¿Cómo surgió esta idea?

– Cuando veníamos a Tucumán conocimos este hotel en esplendor y luego en la decadencia; y nos dolía, porque cuando mi papá y mi mamá venían a ver la familia (porque nosotros vendimos todo, nos quedamos sin casa, nada) parábamos acá, el hotel se venía para abajo. Y bueno hicimos una oferta hasta que nos dijeron que sí. Pensamos qué ibamos a hacer. Dijimos “lo hagamos lindo, devolvamos a Tucumán lo que nos dio”. Va a haber una revolución de tucumanos y yo los voy a convocar el 29 de agosto a que todos los que se han desperdigado por el mundo, por otras provincias, a que vuelvan con algo; no de paseo a ver la familia, sino con algo. Si han sido exitosos en otros lados, ¿por qué no hacer algo aquí?

– Hablemos de su historia personal.

– Yo no soy ninguna historia; es la de una familia. Empieza con “La Casa del Radioarmador” (“qué me dichirichi”), que estaba en Congreso y Lavalle, era un bolichito en Barrio Sur. Después vinimos a la calle Muñecas y, bueno, es la historia de un profesor de electrónica con sus cinco hijos varones (yo soy el mayor). Mi papá tenía un taller de radio y después empezamos a fabricar radios y de pronto, bueno, a alguno se le ocurrió decir “¿por qué en vez de arreglar radios no vendemos repuestos?” Y lo hizo la familia. ¿Con qué consigna? Trabajar, ser honesto, derecho, no estafar a la gente -porque en electrónica se presta a eso ¿no?, ya que uno no tiene idea de cuánto cuestan las cosas y en ese entonces no existían Google ni Whatsapp. Y bueno, tuvimos mucha suerte con el trabajo. Nos favoreció mucho la gente.

– ¿Cómo era uno de esos días?

– Y bueno, levantarse temprano, trabajar. Con mi papá, en un Renault 4L -le sacábamos los asientos de atrás y muchas veces subía mi mamá- nos íbamos a vender los parlantes, los transistores, las válvulas al NOA. Muy linda era la 4L, especialmente en verano. También íbamos a Buenos Aires a comprar porque los proveedores estaban allá. Íbamos en el tren Estrella del Norte. Y cuando me voy a Buenos Aires con 29 años me fui con la misma fórmula que había aprendido en el mostrador de acá. Tenía 29 años pero tenia mucha experiencia de trabajo ya, porque desde los 14 nosotros salíamos del colegio ya a armar radios o a viajar al norte a vender cosas.

– ¿Después se fueron todos?

– Y vamos a Buenos Aires con la misma fórmula: atender bien… y bueno, “que venga un hermano a ayudar, necesitamos más ayuda, hay mucho laburo acá”. Abrimos un negocio por mayor en La Paternal y después fuimos a Once donde hicimos “Radio Baires”. A ningún porteño se le había ocurrido. La hicimos famosa, “qué me dichirichi”.

– ¿Llevaron el “qué me dichirichi” para allá?

– Sí, y la filosofía de atender. Llevamos Tucumán y tucumanos también que sabían nuestra filosofía y forma de laburar. Nosotros seguimos haciendo cosas, siempre electrónica, aunque cambió porque ya no eran repuestos sino productos combinados; era audio profesional, electrodomésticos. Viene una crisis, vamos a Brasil, y nos ponemos a fabricar parlantes porque a los brasileños les gusta el ruido. Después, otra crisis, vamos a Chile, a Iquique, y a Uruguay, a San Pablo, a Miami.

– ¿Fue traslado o expansión?

– No era traslado; siempre íbamos sumando más, más, más, y se te van presentando los desafíos. Vos decís “¿yo puedo hacerlo? Sí, y le metamos”. Nos hablamos entre los hermanos: “¿eh, changos, nos animamos? Y vamos, meta”. Y el “meta” sigue. Nos vamos haciendo más grandes, los hijos crecen y nos fuimos a otros rubros. Había fallecido mi papá y mi hermano dice: “¿por qué no hacemos una bodega?” Buscamos una bodega en San Rafael -ahora es la bodega Iaccarini, con el vino Don Nicasio- que nos ha dado muchas satisfacciones porque hemos podido colocar nuestro vino en otros lugares del mundo, especialmente China. Es curioso. Creo que somos los primeros tucumanos que tenemos oficina y depósito en China, en Wang Zoh.

– El arquitecto César Pelli también es un tucumano que va a China…

– Bueno, él es un genio, una persona destacada mundialmente; nosotros somos ¿a ver?… somos todos bachilleres. Tengo un hermano que es perito, el tercero es médico… somos esfuerzo y laburo.

-¿Dónde están instalados?

– En Buenos Aires pero siempre venimos a Tucumán. Para nosotros no sólo es la Cuna de la Independencia; es la cuna de emprender y de hacer cosas. Aquí aprendimos la humildad, a conservar al cliente, a hacerlo amigo, aliado. Como argentinos tenemos que reconocer que Dios está en todas partes pero atiende allá. Aparte, la importación, el puerto, todo, y después cuando tenés una carrera comercial y has sido cumplido, se te dan las cosas.

PRODUCTO TUCUMANO. Los limones, una de las señas identitarias en el concepto de Hugo M´éndez Collado. la gaceta / fotos de Juan Pablo Sánchez Noli

– ¿Cómo veían a Tucumán a lo largo de los años?

– Mal. Pero llega una época en que te volvés nostálgico. Se llama añoranza. Añoranza del tono, de la forma de hablar, de la empanada, del guiso, de los naranjos, de los azahares. Con mi hermano Marcelo hicimos a los 12 años nuestro primer emprendimiento: juntar azahares, ponerles alcohol y vender perfume de eso. ¡Y lo vendíamos!

– ¿De esa añoranza viene el regreso?

– La empresa ha seguido con la misma receta: laburar, tratar bien al cliente, la garantía, cumplir, dar un buen producto. Como el bizcochuelo de Doña Petrona con 12 huevos, siempre con 12 huevos.

– ¿Qué es ser tucumano?

– Es una pregunta fácil y difícil al mismo tiempo. Pero vos al “tuy”, al “chuy”, al “turucuto” los llevás el resto de tu vida y aunque te carguen en otros lugares ese sentido de pertenencia y no querer perder la esencia lo hemos llevado siempre. En nuestras casas vivimos en tucumano, se habla en tucumano, comemos tucumano: nos preocupamos de que no falten humita ni tamales.

– ¿Es más fácil mirar a Tucumán cuando uno está lejos? ¿Se hacen comparaciones?

– Sí se hace la comparación y, claro, la respuesta es fea, porque hay tantas posibilidades, turísticas, naturaleza… Jardín de la República le puso Domingo Faustino Sarmiento y es un jardín que ya no es tanto; está sucio, maltratado.

– ¿Por qué pasa eso?

– Tenés que apagar el grabador… (risas) . Es que hay un problema, hay educación pero hay gente que se procupa de que no haya educación.

– ¿Nosotros qué podemos hacer?

– Ustedes tienen un arma increíble que ya cumplió 106 años, para crear la conciencia colectiva para el tucumano, para educación…

– La pregunta era qué podemos hacer los tucumanos, los que estamos en Tucumán…

– Otra pregunta fácil y difícil. Vuelvo a que hay que crear la conciencia de la educación y la cultura que se perdió. Nosotros todos venimos de familias de padres trabajadores, sin subsidios, con plata o sin plata, y éramos educados, le decíamos buen día a la tía, perdón, disculpe, por favor. Vos me dirás que es un mal endémico mundial pero en Tucumán lo he notado más fuerte que en otro lado.

– ¿Todos tenemos parte de culpa?

– Todos. Y bueno, como sociedad nos hemos degradado… aquí está muy generalizado en todos los estratos sociales económicos. Se ha perdido la marca sobre los hijos, se suelta muy rápido todo. Se los quiere conformar… qué querés comer, qué querés tomar… qué celular querés. Yo tenía que ganármelo todo, lo mismo que ustedes; cuidá la zapatilla porque si se te rompe no te voy a comprar otra; limpiá; no vas a dejar la luz prendida, la tele prendida ¿no? Cosas mínimas, básicas, eso es educación. Además la pobreza estructural que yo ya veía en Tucumán se fue profundizando… es altamente peligroso que los jóvenes no tengan salida laboral. Tienen que prepararse.

– O sea, es otro Tucumán…

– El de cuando era chico era mejor que este. No había gente pidiendo, no estaba la droga, ese azote universal. ¿Por qué dejaron entrar tanto? ¿No saben dónde está el nido?

– ¿Qué virtud tiene el tucumano?

– (Risas) Mirá, cuando se pone la camiseta, se la pone ¿eh? Y cuando encuentra una empresa seria que lo valora y que lo entiende, se pone la camiseta.

– Tucumán tiene problema de identidad.

– Totalmente. ¿Qué sos si te ponés bota? ¿Gaucho? ¿Y si te ponés poncho? Aquí no conocían el poncho tucumano, ni su color, ni la bandera tucumana. Y bueno, no soy del norte, ¿qué soy? ¿Imitación porteña? Seamos orgullosos de lo que somos, de nuestros padres y abuelos. Decimos chuy, tuy y si no te gusta… ite. No nos hagamos los finolis.

– En algún momento Tucumán ha sido emporio de diversidad cultural, limón, turismo. ¿Qué puede hacerlo despegar?

– Hay que elaborar todos los productos que ya salen como materia prima. Deberían salir más elaborados de acá. El turismo, la gran industria sin chimeneas está en pañales; hay muchísimo para hacer. Está todo cerca, hay conectividad aérea, se están haciendo cosas. Yo creo en esto, se empiezan a hacer cosas, esto no ocurría antes. Bueno, si el pueblo empieza a acompañar… darle una pintadita al negocio no cuesta nada, che.

– Si tengo un quiosquito, ¿qué tengo que hacer?

– Primero ponele luz, que se te vea. Después, que se sepa que es tucumano, poné alfajores, alfeñiques (aunque rompan las muelas) iluminalo, tenelo limpio barré la vereda.

– ¿Eso va a servir?

– Sí, es un granito más de arena. Hay mucho para hacer acá y hay cosas que se hacen sin plata. No me digas que todo se hace con plata.