Serie Valores: Honestidad

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ACTUALIDAD

Ser honesto es una conducta inteligente

Por Agustina Tanoira.
Por qué cuesta tanto practicar los valores? Sencillamente porque requieren un esfuerzo: ser honesto o justo o prudente no es algo que se da automáticamente, sino que es necesario un acostumbramiento que genere el hábito. “Un acto no es el valor de la honestidad”, explica Paola Delbosco, doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universitá degli Studi ‘La Sapienza’ di Roma, y profesora de Historia de la Filosofía contemporánea en la carrera de Filosofía de la Universidad Católica Argentina (UCA).“De lo que se trata es de llevar una vida de honestidad”, agrega. Para ella la importancia de esta virtud es que, además, está estrechamente relacionada con otras. “La honestidad depende de la justicia, ya que regula la conducta del hombre en relación con los demás y permite la convivencia, colaborando para optimizar la distribución equitativa del bien común”, afirma. “Es decir, actuar con honestidad garantiza que nadie se aproveche en forma desmedida de aquello que debe repartirse proporcionalmente entre todos. Pero también, como toda virtud operativa, la honestidad depende de otro valor: la prudencia, o inteligencia práctica. Esto explica por qué ser honesto es una conducta inteligente, ya que sus efectos son convenientes: respeto, buen nombre y honorabilidad, por un lado, y, por el otro, confiabilidad, cooperación, paz”, advierte.
–¿Cómo definiría a la honestidad?
–Cuando se busca el sentido de honestas, honestatis, el diccionario de latín trae términos como “honorabilidad”, “buen nombre” y “dignidad”. Pero la palabra está formada por la misma raíz semántica de “honor, honradez”, y marca una condición moral de quien vive en comunidad actuando de una manera digna de reconocimiento, porque honra su buen nombre. La acepción más común del término “honestidad” es la de quien respeta las reglas en el trato con los demás, y lo hace por convicción y no solo cuando hay peligro de recibir una sanción.
–Pero una persona honesta es mucho más que un acto de honestidad.
–Claro, no se trata de una conducta puntual sino de un modo habitual de conducirse que dignifica a la persona.
¿Por qué creés que la transparencia hoy en día es un valor tan buscado?
–Porque cuanto más extendida es la comunidad humana, más difícil es conocer de cerca a todos, así que uno busca elementos para imaginar cómo actuarán las personas.
–¿La honestidad qué indicios da?
–Previsibilidad, en el buen sentido del término. Una trayectoria de honestidad hace presumir que se trata de personas que respetarán las reglas, que honrarán los contratos, que colaborarán lealmente. Esto se entiende cuando nos tranquiliza la presencia de ciudadanos y comerciantes honestos, funcionarios y empresarios honestos, y gobernantes honestos, etcétera.
Estudios
Dan Ariely es un psicólogo estadounidense, profesor de la Universidad de Duke, que ha investigado sobre la honestidad, y en su libro The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie To Everyone, Especially Ourselves,  afirma: “Los individuos tienden a hacer trampa en mayor medida cuando observan que el comportamiento de los que lo rodean es deshonesto”.
–¿Un entorno deshonesto habilita a la deshonestidad?
–Creo que en la vida la presencia de actitudes virtuosas en los demás estimula una conducta más recta en uno mismo, así que estaría de acuerdo en decir que la deshonestidad del entorno promueve deshonestidad.
–¿Frente a un entorno deshonesto, como se debería actuar?
–La idea es no resignarse y ser de los que tienen la iniciativa para cambiar las cosas.
–Otra de las conclusiones de Ariely es que el tema de la honestidad no se juega tanto en los grandes engaños como en el cúmulo de pequeñas transgresiones a las que no se les da importancia porque se consideran intrascendentes. ¿Por qué no nos sentimos deshonestos cuando faltamos a la verdad de modo venial?
–En realidad, las dos modalidades de mentira son malas. No tenemos por qué elegir una o la otra. Me da la impresión de que poco a poco uno se va envolviendo en tal red de mentiras o medias verdades que ya no puede no seguir ocultando algo, y ahí llegamos a la mentira grande.
–¿Se transforma en un vicio?
–Claro. No mentir es un entrenamiento que debe ejercerse en lo pequeño y en lo más importante. En ese recorrido se aprende a ser valientes y aceptar lo que nos gustaría que fuera de otra manera o que nos convendría que hubiese sido de otra manera.
–¿Aprenderíamos a ser más sinceros con nosotros mismos?
–Sí. La sinceridad es parte de la justicia, pero el coraje para decir la verdad también necesita de la fortaleza, es decir, la capacidad de enfrentar los obstáculos, como podría ser las malas consecuencias de lo que decimos o hacemos. La tentación de acomodar la realidad a los propios deseos o a la propia conveniencia abre el camino a la mentira habitual.
–¿Cuál es la peor mentira?
–No me atrevo a definirla, pero siento que debe de ser la que engaña al más débil, quitándole la posibilidad de alcanzar algún bien necesario.
–¿Creés que la supervisión hace que seamos más honestos?
–Es más eficaz formar en la sinceridad y la honestidad. La supervisión sirve para desalentar a los deshonestos o a los oportunistas.
Educar con el ejemplo
El año pasado, la consultora Giacobbe & Asociados realizó una encuesta en el país: “Las personas más honestas según los argentinos”. De ella surgió que el papa Francisco es el hombre más honesto seguido por el general Manuel Belgrano. Lo curioso es que el año anterior, en la misma encuesta, el cardenal Bergoglio ocupó el puesto 36. Esta es la primera vez que el ranking es liderado por una persona que está viva, por lo que los analistas deducen que las figuras relacionadas con lo espiritual y las ONG que velan por el bienestar colectivo están más asociadas a la honestidad.
–¿Por qué creés que sucede esto?
–¡Estoy segura de que ese primer lugar lo merece tanto Bergoglio como Francisco! Su estilo de vida anterior al papado ofrece los indicios necesarios.
–¿Es fácil ser honesto?
–Vale la pena porque es elegir la mejor manera de estar entre los demás. Es claro que el que miente o hace trampa está detrás de alguna ventaja desleal, y eso vuelve atractiva la trampa. Pero la vida de una persona está tejida de sus acciones, actitudes y gestos, y esa es nuestra identidad.
–¿Y de ahí surge el reconocimiento?
–Sí. A uno le gusta el reconocimiento de los demás, el honor, el buen nombre, la respetabilidad. Y el hecho de que a nadie le gusta ser la víctima de engaños o de mentiras prueba que no son algo bueno. Por eso, el esfuerzo de educar en la honestidad consiste en saber que educamos con lo que hacemos día a día, momento a momento; en todo mostramos nuestra convicción.
–¿Se educa con el ejemplo?
–Seguramente es una enseñanza que empieza en la familia y a través del ejemplo más que teóricamente. Me imagino que cuando un adulto ve en un niño la tendencia a no respetar la verdad debería preguntarse –una vez descartado el temor infantil a una reprimenda excesiva– por qué razón ese niño prefiere mentir a decir la verdad. A veces, hay un tema de fantasía, pero cuando persiste con la edad, es bueno guiar paso a paso al niño para que rectifique lo que dice, dándole confianza en que lo que va a pasar es seguramente mejor que la mentira.
–¿Cómo explicarles qué vale la pena ser honesto?
–Los niños saben perfectamente lo que nos tomamos en serio y lo que no. No hay mentira que lo oculte…
Mundo de apariencias
Delbosco aclara que muchas veces en castellano se usa el concepto de honestidad en el sentido anglosajón del término, que equivale a sinceridad. “Seguramente hay un parentesco entre los dos conceptos, porque la persona honrada no puede ser mentirosa. Los armónicos de la actitud honrada implican no hacer trampas en ningún ámbito de la vida social: ni con el habla, ni con los documentos, ni con las operaciones comerciales, etc. Estas distintas acepciones son hijas de una misma madre: la honradez”, afirma. Frente a la pregunta de si es posible ser honesto en un mundo en el que aparentar parece ser moneda corriente, la filósofa sostiene que es interesante pensar que la propia honestidad puede implicar no engañar en lo estético como uno no lo haría en cuestiones económicas o legales. “Me parece bien conectar los sentidos y las acciones para una mayor coherencia, pero esto no impide esforzarse por estar mejor, cuidando la salud, la silueta, la ropa, la casa, etc. En cambio, el aparentar es una forma de deshonestidad, a veces sin que uno se dé cuenta,” concluye.