En un mundo -y una Argentina- cada vez más huérfano de referentes, Víctor fue una notable excepción.
Gran ser humano y excepcional economista.
Solo cuando alguien muere se puede decir, como ahora, que fue un hombre íntegro de inalterable coherencia.
El año pasado me escribió pidiéndome que volviera a Tucumán, que ya era suficiente el tiempo que estuve afuera.
Su amor por Tucumán se mantuvo constante durante su tiempo, mérito mayor para un hombre que, disponiendo de tentadoras ofertas para fructificar en los mejores centros de estudio e investigación, prefirió quedarse en un país tan ingrato como surrealista.
Aquel inigualable grupo de economistas de la Facultad en los 60/70, para muchos el mejor de Latinoamérica, fue un bosque de legendarios árboles.
Con la muerte de Víctor pierde un maravilloso ejemplar, el más conocido mundialmente.
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